lunes, 25 de febrero de 2013

LA EVALUACIÓN DEL CENTRO:
UNA ESTRATEGIA PARA SU MEJORA

María Antonia Casanova Rodríguez
Evaluación: un concepto para una estrategia

El concepto de evaluación que tenga la sociedad y, como parte de ella, el que el sistema educativo incorpore a sus principios, depende en gran medida de las metas que la sociedad pretenda y proponga para sus generaciones actuales y futuras. Ello conduce a que los planteamientos que de la evaluación se hacen desde un enfoque técnico-pedagógico, tropiecen en su desarrollo con una serie de condicionantes que no permiten su ajuste a los objetivos que, desde un punto de vista educativo, se deberían conseguir.

Hay que tener en cuenta que, cuando se determina el objeto de la evaluación (bien sea el rendimiento de los alumnos, el funcionamiento de un centro, la metodología empleada por los profesores, etc.), se está señalando con precisión lo que se quiere conseguir; es decir, se están marcando las metas de la acción educativa y, en buena parte, el camino más adecuado para llegar a ellas. En consecuencia, a través de un programa de evaluación se concreta, habitualmente, un conjunto de teorías y concepciones sobre la sociedad y la educación: (...para la administración educativa, lo que determina la calidad de su práctica es el concepto que se tiene de la escuela como institución dentro del contexto social más amplio» (Codd, 1: 1989, p. 150).

El sistema de valores que los miembros de una sociedad han aceptado, es el que condicionará permanentemente los objetivos del sistema educativo y, por tanto, el enfoque evaluativo que en él se establezca.

Pero para una mejor comprensión del momento en que se encuentran actualmente la teoría y la práctica evaluadoras, es conveniente hacer un poco de historia. El término
evaluación aparece a partir del proceso de industrialización que se produjo en Estados Unidos a principios de este siglo, que no sólo incidió y modificó la organización social y familiar de este país, sino que obligó a la escuela a adecuarse a las exigencias del aparato productivo: «En los primeros años de este siglo, las escuelas eran concebidas como fábricas, los estudiantes como materia prima, y los conceptos educativos de conocimiento, valores y relaciones sociales se reducían a términos de neutralidad, técnica, y a un razonamiento estricto de medios-fines. Cuando la teoría tuvo que traducirse en metodología, las cuestiones sobre valores morales y éticos se enmarcaron dentro de una lógica del conocimiento 'científico' y de la organización burocrática" (Giroux, H. A.: 1981, p. 10).

En este marco surge el moderno discurso científico en el campo de la educación, que va a incorporar términos tales como
tecnología de la educación, diseño curricular, objetivos del aprendizaje o evaluación educativa. Esta terminología, y su correspondiente interpretación, derivan en los actuales lineamientos de la moderna pedagogía científica. Más concretamente, fue Henry Fayol quien, en 1916, con la publicación de su obra Administración general e industrial estableció los principios básicos de toda administración: planear, realizar y evaluar.

Casi imperceptiblemente, estos principios o fases /de trabajo pasan a figurar en los centros docentes como pautas didácticas para el desarrollo de las tareas de índole eminentemente pedagógica. Igualmente, varias de las tesis utilizadas en la administración del trabajo se reflejaron en la educación. Por ejemplo, la segmentación técnica del trabajo tuvo su reflejo en la segmentación de la actividad docente (aparecieron especialistas en currículo, en planificación, en evaluación...); el control de tiempos y movimientos marcó una pauta inequívoca para el origen de los objetivos de aprendizaje y para la incorporación de la evaluación como control de resultados obtenidos. Los estudios sobre el rendimiento de los obreros llevaron en la pedagogía a la discusión sobre el aprendizaje del alumnado en términos de rendimiento académico; por tanto, el control empresarial
y la evaluación escolar  se desarrollaron paralelamente en los momentos de su iniciación y primer desarrollo.

Otro elemento decisivo en este camino de profundización y ampliación de la pedagogía como ciencia, fue la aparición, difusión y utilización masiva de los tests psicológicos, especialmente tras su aplicación al ejército estadounidense en el momento de su intervención en la segunda guerra mundial. Los tests ofrecieron al centro escolar el instrumento definitivo para proceder a la cuantificación científica del aprendizaje/rendimiento del alumnado, con la incorporación subsiguiente de la estadística descriptiva Y la extensión progresiva de este modo de evaluar a otros componentes del sistema educativo. Éste es el contexto en el que surge la evaluación científica en educación, dentro de un paradigma esencialmente cuantitativo y de mentalidad tecnocrática, Y por el que se va a encontrar condicionada hasta nuestros días. No obstante, se han dado y se siguen dando pasos importantes para cambiar las bases y los planteamientos del modelo tradicional de evaluación y así debe ser, en efecto, para que ésta pueda ser considerada
educativa, con todas las implicaciones que la utilización de este término lleva consigo.

Ha sido especialmente en el ámbito de la evaluación de
programas educativos donde el concepto de evaluación ha evolucionado a medida que pasaban los años (Carballo. R.: 1990). Se profundiza en su finalidad y sus funciones, a la vez que se aplica a la valoración de otros muchos aspectos distintos del rendimiento del alumno que exigen mayor precisión a la hora de perfilar su contenido.

Progresivamente, se tiende a un concepto holístico de la evaluación, extendiéndose ésta al conjunto de los componentes de un centro o de un programa educativo. Así, Ralph Tyler, en su
General Statement of Education, publicado en 1942, Y en el 8as/c Principies of Curriculum and Instruction de 1950, estableció las bases de un modelo evaluativo cuya referencia, en todo momento, eran los objetivos. Según este modelo, la evaluación consiste en la constatación de la coincidencia o no de los resultados obtenidos al final de un programa educativo con los objetivos propuestos inicialmente. Define, por tanto, la evaluación como «el proceso que permite determinar en qué grado han sido alcanzados los objetivos educativos propuestos » (Tyler, R.: 1950). Para llevar a cabo el proceso que anuncia, detalla ocho fases de trabajo concretas:
1. Establecer los objetivos.
2. Ordenar los objetivos en clasificaciones amplias.
3.
Definir los objetivos en términos de comportamiento.
4. 
Establecer las situaciones adecuadas para que pueda demostrarse la consecución de los objetivos.
5.
Explicar los propósitos de la estrategia a las personas responsables, en las situaciones apropiadas.
6. Seleccionar o desarrollar las medidas técnicas adecuadas.
7.
Recopilar los datos de trabajo.

8. Comparar los datos con los objetivos de comportamiento.

Estas fases, que sirvieron en su momento de guía para la realización de estudios evaluativos, se han mantenido en buena medida hasta nuestros días.

Más adelante, Cronbach, L J. (1963, pp. 672-683) agrega un elemento importante para la concepción actual de la evaluación, al definirla como «la recogida y uso de información para tomar decisiones sobre un programa educativo»; es decir, que la considera un instrumento importante de cara a la toma de decisiones, ya sea en uno u otro sentido, a partir de la recogida sistemática de datos. En definitiva, este autor ve la evaluación como un medio al servicio de la educación y no como un fin según el cual se emite una valoración determinada del proceso educativo llevado a cabo, pero sin intervención en su posible mejora, como ocurría con el modelo anterior de Tyler.

Un tercer momento importante en la evolución del concepto de evaluación lo marca Scríven, M. (1967, pp. 39-83), al incluir en su concepción la necesidad de
valorar el objeto evaluado, es decir, de integrar la validez y el mérito de lo que se realiza, para decidir si conviene continuar o no con el programa educativo. Esta posición añade algunos elementos a la tarea de evaluar, como son la ideología del evaluador y el sistema de valores imperante en la sociedad, que, obviamente, van a condicionar y a sesgar (si no se toman las medidas correctoras pertinentes) los resultados de cualquier estudio valorativo. Corroborando esta afirmación, Ball, S. J. (1989, p. 30), al referirse al papel que desempeña la ideología en las organizaciones escolares dice: «Mientras que en muchos tipos de organización... es posible plantear y analizar la toma de decisiones en términos abstractos, muchas decisiones que se toman en las organizaciones escolares tienen una carga valorativa que no se puede reducir a la simplicidad de un esquema de procedimientos.»

Ya en los años 60 y 70; la necesidad de encontrar indicadores operativos e internos del éxito de un programa o un centro educativo, hace que su valoración se haga más por comparación con un criterio de resultados o situaciones
deseables, que por comparación con los resultados obtenidos por otros sujetos, programas o centros (Popham, 1970; Mager, 1973).

Tras este breve trazado del camino recorrido por la evaluación educativa en los pocos años que se lleva profundizando en ella, pueden sintetizarse las fases que configuran todo proceso evaluador que pretenda denominarse, rigurosamente, como tal:

1. Definición del plan o diseño de evaluación.
2. Recogida sistemática de datos.
3.
Análisis de los datos recogidos.
4.
Valoración de la información obtenida.
5.
Redacción de las conclusiones.
6. Toma de decisiones.

Teniendo en cuenta estos rasgos esenciales, es posible llegar a un concepto de evaluación que sirva a nuestro propósito de aplicarla al desarrollo de la actividad en un centro educativo. La definición básica de la que podemos partir es, pues, la siguiente:
la evaluación consiste en un proceso sistemático de recogida de datos, incorporado al sistema general de actuación educativa, que permite obtener información válida y, fiable para formar juicios de valor acerca de una situación, Estos juicios, a su vez, se utilizarán en la toma de decisiones consecuente con objeto de mejorarla actividad educativa valorada.

Insistiendo en la acción de
valorar apuntada con anterioridad al citar la definición de Scriven, y que ahora recogemos al conceptual izar la evaluación, hay que incidir de nuevo en la necesaria falta de ingenuidad del modelo de evaluación que se adopte. Siempre que se toma una decisión en el campo de la evaluación educativa, ésta tiene repercusiones importantes, tanto para las personas implicadas, como para los procesos organizativos y docentes de una institución escolar; especialmente si tenemos en cuenta que la evaluación se viene utilizando no al servicio del proceso educativo, sino como sancionadora final del mismo, para valorar si el producto obtenido vale o no vale. Aplicándose, además, no a todos los ámbitos a los que se debería aplicar, sino casi exclusivamente al rendimiento académico del alumnado. En nuestro país, el Curso de Orientación Universitaria (COU) (por aludir a un ejemplo claro y conocido por todos) surgió con la filosofía de servir de guía para el alumnado a la hora de decidir sus posteriores estudios universitarios. Pero a partir del momento en que las universidades implantaron la prueba de selectividad, ¿en qué se ha convertido el CGU?: en una preparación contra reloj para superar la prueba de selectividad correspondiente. Es decir, que el modelo de evaluación elegido modifica todo el proceso anterior y lo pone a su servicio.


Y esto ocurre en casi todas las actividades de la vida humana en las que, a su término, se sitúa una prueba selectiva de algún tipo. Un centro educativo en su conjunto puede estar trabajando para conseguir unos determinados resultados y puede, por ello, estar impidiendo o condicionando la elección de la metodología que sería más adecuada a las características de su alumnado, forzando los ritmos de aprendizaje, imponiendo unos criterios de evaluación antipedagógicos, etc. Por el contrario, nuestra propuesta concibe la evaluación como un instrumento más al servicio de la educación, como una estrategia de enorme valor para llegar a alcanzar, realmente, los objetivos educativos que se desean, ya que, tal y como aparece en la definición dada anteriormente, debe incorporarse y utilizarse desde el primer momento de cualquier actividad, de modo que aporte datos relativos a todos los componentes que interactúan en ella y sirva, fundamentalmente, para regular el proceso de actuación que se lleva a cabo. Así, el sistema formativo y las personas que se forman en él constituirán un todo regulado permanentemente por la evaluación, que aportará datos sistemáticos sobre aspectos esenciales del proceso y permitirá una toma de decisiones continua para adaptarlo de la mejor manera posible a las circunstancias en que éste se desarrolla.

Creemos realmente que, si la evaluación fuera utilizada como estrategia de mejora personal en todos los órdenes y no como rígida medida sancionadora de aquello que no se ha logrado, se habría dado un paso decisivo para la elevación definitiva de la calidad de la enseñanza en los centros.

En definitiva, constatamos que falta en nuestros ambientes educativos (y en la sociedad, en general) una cultura de la evaluación que nos permita utilizar ésta de modo natural, constructivo, provechoso para todos, sin prevenciones ni recelos, de forma que se avance sobre una base segura, firme, de datos fehacientes, que hagan posible un salto cualitativo importante en el camino de la profesionalidad docente, cualquiera que sea el sector desde el que ésta se ejerza. En esta idea axial seguiremos incidiendo a lo largo de las páginas que
siguen.

Objetivos de la evaluación del centro
Desde el enfoque que le hemos venido dando a la evaluación, cabe ya preguntarse: ¿por qué es necesario evaluar un centro docente? ¿Qué se quiere conseguir cuando, desde muy diversos sectores, se reclama Y se desea la realización de estudios de evaluación en los centros? Parece evidente que, antes de seguir adelante, es preciso señalar los objetivos asignados a un modelo de evaluación que cumpla su función como estrategia para la mejora del centro, a la que antes aludíamos. En síntesis, destacamos los siguientes:

• Conocer la situación de partida del centro, de todos sus componentes organizativos y funcionales, en el momento en que se propone su evaluación.
• Facilitar la formulación de un modelo de actuación adecuado al centro, en función de los datos anteriores.
• Detectar, de modo permanente, las dificultades que surjan en el desarrollo del modelo den actuación elegido.
• Detectar progresivamente los elementos positivos de su funcionamiento.

• Regular, por tanto, el proceso de aplicación continua del modelo de actuación, propiciando y facilitando la consecución de las metas previstas.
• Conocer los resultados obtenidos al final del período fijado para la implantación del modelo.
• Valorar los resultados obtenidos.
• Replantear el modelo de actuación del centro, de acuerdo con la información recogida y con su valoración y. consecuentemente, potenciar los aspectos positivos y corregir los negativos en la organización y el funcionamiento del mismo.

En definitiva, la respuesta a la pregunta ¿por qué evaluar? es clara: para  mejorar la calidad educativa del centro. Con estos planteamientos, creemos que no es arriesgado ni impreciso calificar de educativa la evaluación, porque, efectivamente, cumple unas funciones claras de tipo formativo, lo que en nuestro caso significará la evolución positiva, el progreso del centro evaluado: «El propósito más importante de la evaluación no es demostrar, sino perfeccionar... » (Stufflebeam, D. L. y Shinkfield, A. 1; 1987, p. 175), y el perfeccionamiento es avance, mejora..., educación, al fin.

Por otra parte, cabe reflexionar en este punto sobre la inconveniencia de emprender en cualquier centro un proceso evaluador espontáneo y no sistemático, pretendiendo cumplir, además, los objetivos desglosados anteriormente. Simplemente hay que plantearse: ¿es acaso posible tomar medidas relativas a un cambio de rumbo en determinada faceta funcional de un centro sin apoyarse en datos fiables sobre su situación, ya sea ésta positiva o negativa? Nos atrevemos a asegurar que hacerlo intuitivamente o de forma improvisada supone correr graves riesgos que, sin duda, repercutirán negativamente en la actividad de ese centro. Y estas consecuencias negativas aparecen cuando las decisiones que se adoptan no están suficientemente fundamentadas; es fácil, así, modificar aspectos que no funcionan especialmente mal, con lo cual se crea descontento añadido en las personas a las que afecta el cambio, que se sienten injustamente tratadas y que, en momentos posteriores, pueden no responder a una necesidad real debido a su falta de confianza en quien decide. Por el contrario, no se resuelven los problemas que verdaderamente están afectando al funcionamiento de la institución, con lo cual se fomenta un clima enrarecido que en nada ayuda a la buena marcha del centro. Por lo demás, pueden cambiarse modos de hacer que no era preciso rectificar.

En conclusión, toda actuación racional y planificada en el campo educativo exige la evaluación sistemática de su proceso de desarrollo, para que las medidas correctoras que se adopten sirvan de modo eficaz a la mejora de la actividad y de los resultados que se obtienen en el centro. De otro modo, falta la base sólida de conocimiento y valoración de situaciones que es la que permite, en gran medida, regular adecuadamente la compleja convivencia e interacción que se produce, cada día, en el centro escolar.


El objeto de la evaluación de centros
Cabe, pues, preguntarse, ahora que ya conocemos la utilidad de la evaluación, cuáles son los aspectos de un centro que es preciso evaluar en un momento
determinado. La terminología utilizada para denominar los aspectos de un centro componentes, etc. Nos  decantamos por la última designación, por lo que cuando aludamos, de ahora en adelante, a algún aspecto evaluable del centro, nos referiremos a componentes y subcomponentes, en función de su categorización en el plan evaluador.

En cualquier caso, resulta difícil la decisión de evaluar unos u otros componentes del centro porque su selección exige, obviamente, dejar al margen ciertos elementos que, desde otra óptica, también pueden considerarse importantes. Es ésta una tarea previa de planificación y diseño que hay que abordar con todo el rigor posible para evaluar aquellos aspectos que, realmente, se consideren de mayor incidencia en la calidad del centro, que necesiten una mejora inmediata o que puedan resultar más significativos para el mejor funcionamiento del centro y que sea prioritario reforzar frente a otros mucho menos importantes. Retomando la idea iniciada, incluso en los casos de evaluación global, hay que decidir cuáles son los componentes y los indicadores de calidad del centro más significativos en función de los objetivos y las necesidades principales, y realizar un plan o diseño en el que se concrete qué es lo que se va a evaluar.

Podría pensarse que los componentes cuya acción se conjuga en un centro son siempre los mismos. Nos atreveríamos a afirmar a este respecto que, si bien los modelos de evaluación existentes o los autores que los promueven no coinciden plenamente en este tema, sí concuerdan en bastantes puntos; lo que cambia con mayor frecuencia es la forma en que presentan o agrupan los componentes que deben evaluarse en el centro y la importancia que se conceda a cada uno de ellos. Puede comprobarse este extremo, por ejemplo, en las obras de López, J. A. y Darder. P. (1985), ECCIS (1987), Martínez Aragón, L y Pérez Juste. R. (198IJ). Mestres, /. (1990), Barbera Albalat, V. (1990) y Casanova. M. A. Y otros (1991).

Ahora bien, es igualmente cierto que desde que se viene haciendo evaluación de centros o programas educativos, algunos de los componentes que en determinados momentos se creyeron decisivos o realmente lo fueron a la vista de la situación de la escuela (piénsese en las instalaciones o en los recursos materiales, por ejemplo), al alcanzar ésta un nivel de desarrollo material suficiente, han cedido su lugar preponderante a otros nuevos componentes que parecen tener paulatinamente mayor peso. Una cosa es evidente: si estos componentes materiales que señalaba como ejemplo manifiestan en un centro un bajo nivel de calidad deberán mejorarse de inmediato, ya que, de lo contrario, la institución fallará por la base.

Pero si tienen una calidad aceptable, aunque se procure su mejora, podrá comprobarse que el rendimiento global del centro no se incrementa o mejora en la misma proporción. Por otra parte, en los estudios más recientes se puede constatar la aparición de nuevos componentes e indicadores de calidad de los centros, que tienen una alta incidencia en los resultados que éstos obtienen. Algunos de ellos son el clima escolar, el nivel sociocultural de la familia y, más recientemente, las expectativas que se mantienen sobre la respuesta del alumnado, el profesorado o los directivos de los centros, es decir, lo que los profesores y las familias esperan de sus alumnos, lo que la dirección espera del profesorado o lo que el medio y la Administración esperan de un equipo directivo. Las expectativas resultan ser, así, factores importantes que afectan en cadena al rendimiento global de la institución.

No obstante, después de estas reflexiones, convengamos en que existen numerosos componentes en el centro que condicionan de modo claro, positiva o negativamente, su forma de funcionar y la calidad de sus procesos y resultados. Con unas denominaciones u otras, éstos se agruparían en: elementos materiales, personales y funcionales, todos ellos básicos para cualquier organización. En realidad, casi todo lo que forma parte de una comunidad educativa en sentido amplio incidirá en su avance o retroceso, favorecerá o impedirá su realización institucional o su proyección en el entorno. Por ello, conviene tener bien presentes todos los componentes evaluables del centro, para ser conscientes, en el momento de seleccionar los que efectivamente se van a evaluar, de aquellos que dejamos fuera por considerarlos de segundo orden o de menor incidencia.

Como ejemplo de selección de componentes evaluables, en nuestro país tenemos, entre otros, los que propone el modelo SAPOREI (Mestres, J.: 1990), en el que se distinguen siete ámbitos de evaluación en un centro:
Estructura. Alumnos. Profesores. Organización, Rendimiento, Economía e Integración. Dentro de cada uno de ellos se especifican subámbitos en los que, a su vez, se determinan indicadores de calidad, como más adelante veremos en esta misma obra (capítulo III). Otro modelo es el utilizado por las escuelas de Delaware (USA), en el que están descritos once amplios indicadores que luego se desglosan en otros más concretos de su programa educativo. Sirvan como ejemplo los tres primeros indicadores, cuya definición es la siguiente:

• Indicador 1: El centro tiene una filosofía establecida y unos objetivos escolares.
• Indicador II: El centro tiene un programa de instrucción planificado, apoyado por la plantilla, que sigue la filosofía del centro, las metas y prioridades identificadas.
• Indicador III: El director administra el centro y supervisa el programa de instrucción.

Por su parte, la OCDE (1989) ha realizado un análisis comparativo de la calidad de la enseñanza en diversos países europeos, y ha llegado a la conclusión de que las
escuelas más eficaces se caracterizan por la presencia de los siguientes indicadores de calidad (propuesta reducida de los enunciados originales):
-Normas y objetivos comunes asumidos
en un proyecto educativo.
-Trabajo en equipo del profesorado y toma de decisiones compartida,
-Organización y funcionamiento ágiles con claro liderazgo de la dirección.
-Estabilidad del profesorado.
-Programas de formación en función de las necesidades del centro.
-Planificación y coordinación curricular entre el profesorado con mecanismos para la evaluación continua de los alumnos.
-Alto nivel de participación de los padres.
-Espíritu de escuela.
-Utilización racional del tiempo.
-Apoyo efectivo de las autoridades de las que dependen.

Para finalizar este apartado, en el
Cuadro 1 presentamos una propuesta de los componentes y subcomponentes que consideramos más relevantes para valorar la calidad de una institución educativa. Dentro de cada uno de ellos, cuando se acometa el trabajo, deberán decidirse los indicadores de calidad necesarios para la evaluación específica de los aspectos que interesen, siempre en función de las circunstancias concretas del centro.

Se puede comprobar que los componentes son de diferente índole (material, personal, funcional) y aluden, incluso, a momentos distintos de la actividad de un centro (comienzo de la actividad, proceso, final y resultados de la misma). Como ya ha quedado dicho, cada equipo directivo o comunidad educativa deberá decidir qué es necesario evaluar en un centro para conseguir la calidad que se está persiguiendo.






Si se desea evaluar el conjunto del centro, deberán abarcarse todos los componentes recogidos en el cuadro. Si la evaluación es parcial relativa sólo a algunos componentes para resolver algún problema específico o para apoyar otros que se manifiestan de especial interés para los objetivos del centro, será precisa esa selección citada de componentes y subcomponentes, que respondan a los intereses específicos del momento.

Tipos de evaluación
En concordancia con las funciones que en cada caso asignemos a la evaluación, con las necesidades que sea preciso cubrir en los diferentes momentos de la vida de un centro o con los componentes que se hayan seleccionado, procede utilizar las modalidades o tipos de evaluación que resulten más apropiados para el objeto del estudio, de la investigación o del trabajo que se emprende.

Hay clasificaciones diversas según los autores que se consideren y en función, además, de diferentes criterios. Por ejemplo, puede resultar interesante, para quien desee ampliar este tema, conocer y profundizar en las ofrecidas por Stufflebeam, D. L y Shinkfield, A. J. (1987, páginas 194-204) o por Scriven, M. (1967). No obstante, otros autores, la mayoría, [10 ofrecen tipología alguna, limitándose a describir el enfoque metodológico utilizado y los pasos dados para realizar el trabajo evaluador al que aluden.

Desde un punto de vista estrictamente personal, creemos que es una tarea útil y clarificadora la sistematización y diferenciación de los diversos tipos de evaluación a los que es posible recurrir para obtener de ellos el mayor rendimiento en situaciones distintas. Esto nos permitirá seleccionar una u otra opción dentro de un marco organizado, -tener presentes todas las posibilidades de elección y aplicación, conocer las complementariedades y contradicciones que existen entre ellas, etc., en definitiva, el conocimiento de los tipos de evaluación existentes esclarece la acción evaluadora y facilita la realización eficaz del proceso.

Al abordar la mencionada tipología, nos vamos a referir solamente a la evaluación de centros, por lo que nos proponemos seleccionar y plasmar aquellos conceptos y términos que consideramos más adecuados para este ámbito de aplicación (ver
Cuadro 2). Siguiendo el orden que aparece en el Cuadro 2, anteriormente citado, vamos a revisar los conceptos que en él se recogen. Como se podrá comprobar, unos tipos de evaluación excluyen a los otros, sino que pueden utilizarse conjuntamente en la mayoría de los casos, aunque en determinadas situaciones se opte por no hacerlo en función de los objetivos que se pretendan.





Tipos de evaluación según su finalidad o función
Según la finalidad que persigamos con la evaluación, se presenta una doble opción:
evaluación normativa o evaluación sumativa:

a) La función
formativa de la evaluación se lleva a cabo principalmente en la evaluación de procesos e implica, por tanto, la obtención de datos rigurosos a lo largo de ese proceso (de funcionamiento, de aprendizaje, etc.), de manera que en todo momento se posea conocimiento preciso de la situación en que éste se encuentra paro tomar decisiones de mejora. Supone, por tanto, una actividad paralela y simultánea a aquella que se está evaluando. Así, cualquier disfunción que surja puede corregirse cuando aún es posible, y cualquier aspecto que se detecte como muy positivo puede potenciarse para que repercuta en el proceso global. Como sus efectos son permanentes, permite una acción reguladora continua que posibilita alcanzar los objetivos previstos, aunque haya habido que modificar determinados elementos durante el período de desarrollo de la actividad educativa. No tiene sentido, especialmente en el campo de la educación, esperar al final de un proceso para corroborar que no se ha conseguido lo pretendido, cuando esto puede corregirse adecuadamente durante su puesta en práctica. Más aún si tenemos en cuenta que el funcionamiento de un centro incide directamente en la formación del alumnado, y un año entero de mal funcionamiento puede producir efectos irreversibles en algunos alumnos. Es un tipo de evaluación que calificamos, creo que con toda precisión, de educativa, ya que posee lo exigible para que así sea: se utiliza preferentemente como estrategia de mejora y, a la vez, sirve para ajustar los procesos de cara a conseguir las metas propuestas.

Un rasgo importante en la definición de la evaluación formativa es el carácter
continuo. Su aplicación permanente y simultánea al funcionamiento del centro, de acuerdo con las estrategias que se consideren más oportunas, hace que las virtualidades de la formación sean una realidad/Considero que es un tipo de evaluación que interesa fundamentalmente a la comunidad educativa de un centro (en especial a los equipos directivos, a los órganos de coordinación didáctica y al Consejo Escolar), ya que le proporciona los resortes idóneos para la mejora constante de la actividad organizativa y curricular del mismo. Un ejemplo ilustrativo de lo que venimos diciendo:

— El Consejo Escolar de un centro decide que, durante el curso que comienza, va a evaluar su propio modo de funcionamiento porque algunos de los miembros que lo componen se han quejado de determinadas anomalías debidas a los horarios de reunión, a la forma de convocatoria seguida, a la falta de asistencia de algunos representantes, etc. Una vez tomada la decisión, establecen, en primer lugar, los criterios que les parecen más oportunos para funcionar correctamente de acuerdo con: las competencias que tiene legalmente establecidas este órgano de gobierno, las solicitudes recibidas y las disfunciones intuidas del curso anterior. Dado que hay intención real de trabajar acertadamente, se deciden por un modelo de evaluación formativa que les permita ir ajustando paso a paso las actuaciones a las 
circunstancias que se presenten. Igualmente se seleccionan una metodología y unos instrumentos adecuados, a través de los cuales ir constatando mensualmente si las previsiones hechas se van cumpliendo para, en caso contrario, proceder a corregir las inadecuaciones que se produzcan.

Como vemos, ésta sería una situación apropiada para aplicar la evaluación
formativa y obtener un máximo rendimiento del Consejo Escolar.

b) La función sumativa
de la evaluación, por su parte, resulta ser más propia para la evaluación de productos, es decir, de procesos terminados, con realizaciones precisas y valorables. Se aplicará, por tanto, en el momento concreto en que se toma la decisión de evaluar un objeto o componente determinado. No se pretende modificar o mejorar nada de ese objeto o de ese componente, sino simplemente determinar su valía, positiva o negativa, en función de la utilización que se desee hacer de los mismos posteriormente. A pesar de su falta de valor formativo, este tipo de evaluación también resulta muy útil para resolver múltiples disyuntivas que se plantean en la vida de un centro a lo largo de los años. Unos ejemplos servirán para ilustrar mejor el carácter sumativo de una evaluación:

— El Claustro de profesores de un centro debe seleccionar libros de texto y otros materiales didácticos para el próximo curso escolar. Debe decidirse por unos u otros, en función de los objetivos generales del centro y los específicos de cada ciclo, curso o área, así como de la metodología acordada y de los recursos de que ya disponga. Se consultan los libros y materiales de diversas empresas, Y se aborda la evaluación de los mismos. ¿Puede el Claustro cambiar algo del material examinado? Normalmente, no. Entonces, ¿para qué evaluar el material? Para decidir cuál conviene de acuerdo con los supuestos de los que se parte. Es decir, para valorar positiva o negativamente dicho material.

Este Claustro realizará, por tanto, una  evaluación sumativo, al seleccionar lo que resulte más adecuado a sus propósitos y al desechar lo menos válido para ellos. Otro caso posible:

—Durante dos cursos se ha implantado experimentalmente en un curso de bachillerato un determinado paquete informático para el aprendizaje de las matemáticas. Aunque se ha ido ajustando procesualmente a las características de alumnos y profesores, y a las exigencias de la materia, aún se tienen dudas acerca de la validez del mismo para ser generalizado a otros cursos e incorporarlo a la metodología general del centro. Así pues, procede realizar una evaluación sumativa para tomar la decisión más oportuna: generalizar el programa o desecharlo. Para ello se diseña la evaluación, y se elabora un cuestionario para examinar detalladamente el proceso seguido en los dos cursos anteriores. Se solicita a los profesores
participantes en la implantación experimental del programa que cumplimenten dicho cuestionario. Al mismo tiempo, se estudian los resultados obtenidos por los alumnos participantes en la experiencia y, a la vista de los datos resultantes interpretados en el contexto correspondiente, se toma la decisión de descartar o generalizar el programa evaluado.

Éste es otro caso claro de evaluación sumativa, ya que sobre lo ocurrido no es posible modificar nada y lo único que queda es valorar el rendimiento final obtenido y decidir en función del mismo.

Tipos de evaluación según su extensión

En el cuadro de referencia de estos comentarios
(Cuadro 2 anterior) aparece una tipología evaluativa en función de los elementos del centro a los que se aplica la evaluación. Así, distinguiremos también la evaluación global y la evaluación parcial.

a) La evaluación global pretende abarcar todos los componentes del centro educativo, es decir, evaluar al centro de modo integral, holístico, considerándolo como una totalidad interactuante en la que cualquier modificación en uno de sus componentes tiene consecuencias inmediatas en' el resto de los componentes que lo integran.

La ventaja de evaluar global mente el centro es clara: se obtiene un conocimiento y una comprensión más completos de su realidad y, por tanto, se facilita la orientación general de la actividad educativa en la dirección oportuna. El inconveniente principal es su complejidad, tanto por las exigencias de todo tipo que lleva consigo (de planificación, tiempo y recursos materiales, personales y funcionales que deben ponerse a disposición del proceso evaluador), como por la dificultad de interpretación del conjunto de los datos obtenidos, considerando las numerosas conexiones y relaciones que se presentan entre ellos. Consecuentemente, se plantea también la necesidad de realizar un informe evaluador asequible y útil para transmitir a los miembros del centro la realidad conocida y valorada, de modo que este conocimiento les resulte provechoso.

Un modelo de evaluación global interesante, que propone además estudiar el centro con intencionalidad formativa, es el CIPP o modelo de evaluación orientada hacia el perfeccionamiento, cuyo autor es Daniel L. Stufflebeam (Stufflebeam, D. L y Shinkfield. A. J.: 1987, páginas 175-233).

La función de este modelo es facilitar el perfeccionamiento del objeto evaluado (en nuestro caso el centro escolar), durante todo el proceso evaluativo. Así, plantea dicho proceso como la realización de cuatro tipos de evaluación:

1. Evaluación del contexto, en la que se debe conocer y definir el contexto del centro, identificar las características de la población que se estudia, valorar sus necesidades, etc., de manera que. a partir de ellas, se pueda juzgar, durante y al final del proceso, si los objetivos, las estrategias y los recursos del centro son coherentes y adecuados a las necesidades de esa comunidad educativa.

2. Evaluación de entrada, en la que se determinará la capacidad del centro para llevar a cabo las estrategias, los presupuestos y programas proyectados.

3. Evaluación del proceso, para identificar, a lo largo del mismo, los defectos*de la planificación previa, de manera que sea posible tomar decisiones de mejora sobre la misma.

4. Evaluación del ^producto, en la que se recopilarán descripciones y juicios acerca de los resultados del centro, relacionándolos con los objetivos que éste se había propuesto. Se determinará su valor y su mérito teniendo en cuenta la información proporcionada por el estudio del contexto, la entrada y el proceso.

Más adelante, compararemos este modelo con nuestra clasificación de componentes evaluables en el centro, de modo que se compruebe la posibilidad de su aplicación, aunque se realicen ajustes a la realidad del centro particular de que se trate.

b) La evaluación parcial del centro, por su parte, pretende el estudio y la valoración de determinados componentes o aspectos del mismo (ya sean de contexto, entrada, proceso o producto), en orden a conocer profundamente sus mecanismos de acción y a determinar su valía para la calidad educativa que se pretende conseguir. Este tipo de evaluación puede abordar distintos componentes del centro: personales, materiales, organizativos, pedagógicos, etc.

Por ejemplo, en un momento dado puede considerarse conveniente conocer el desarrollo o los resultados de las innovaciones que se han incorporado al centro: nuevas metodologías, recursos, modelos de programación de aula, criterios de evaluación, etc. Asimismo, podemos estar interesados en averiguar la eficacia, el nivel de motivación, o el grado de coordinación, etc., de los profesores o de los órganos de gobierno del centro. Por otra parte, es también posible emprender la evaluación parcial del centro durante varios cursos consecutivos, de manera que, en un plazo razonable de tiempo, podamos disponer de una valoración global del funcionamiento del mismo. Esta alternativa es válida siempre y cuando se tenga claro desde el principio y se haga explícito este propósito de análisis global. De lo contrario, a posteriori no seremos capaces de establecer las relaciones pertinentes entre los distintos componentes. No hay que olvidar que el todo organizativo y funcional no es la superposición automática de las partes, sino algo más complejo que es preciso analizar con una perspectiva global desde el principio y no disgregada o parcializada.

Una ventaja destacable de la evaluación parcial, como forma de aproximación a la evaluación global, es su mayor viabilidad, pues es más sencillo o menos costoso plantearse el estudio y valoración progresivos de cada uno de los componentes del centro, comenzando por los considerados prioritarios para su buen funcionamiento a juicio del Equipo Directivo o del Consejo Escolar, y abarcables de acuerdo con su disponibilidad de recursos. El inconveniente que
cabe destacar es la necesidad de esperar durante un mayor plazo de tiempo para conocer el estado del centro en su conjunto y que, cuando se llega a este punto, pueden haberse modificado muchos de los factores que se estudiaron al comienzo del proceso de evaluación.

No obstante los comentarios precedentes, las ventajas y los inconvenientes de estos dos tipos de evaluación pueden resultar puramente teóricos contemplados desde la realidad de la vida de cualquiera de nuestros centros educativos. Pensamos que la evaluación global de] centro posiblemente sea irrealizable en un solo curso escolar, con lo cual no importa las ventajas que ésta presente, ya que nunca se llevará a cabo con unas mínimas garantías de fiabilidad y validez. Si se va a realizar sin rigor o con resultados no suficientemente fiables, es mejor postergarla hasta que se den las condiciones precisas para llevaría a cabo con garantías. Por todo ello, para conocer el funcionamiento de la totalidad del centro quizá sea conveniente iniciar un proceso organizado de evaluación parcial, puesto que si ésta es la forma posible o realista de evaluar el centro, en un plazo de tiempo razonable se contará con los datos que se necesitan, mientras que si se está esperando a poder llevar a cabo la evaluación global, nunca se dispondrá de ellos. Ante estas reflexiones, parece claro que las ventajas y los inconvenientes de uno u otro tipo de evaluación son relativos. En todo momento hay que considerar las posibilidades reales que tienen los profesionales de un centro para llevar a cabo cualquier modelo o procedimiento de evaluación. Contando con ellas, se propondrán las tareas evacuativas que puedan realizarse durante el curso sin esperar a disponer de las condiciones ideales; de lo contrario, es probable que nunca se llegue a ninguna concreción en este campo.

Tipos de evaluación según los distintos agentes evaluadores
La evaluación puede ser llevada a cabo por distintos agentes, y desde esta perspectiva se consideran fundamentalmente dos tipos de evaluación:
interna y externa.
a) Se denomina evaluación interna a aquella que es llevada a cabo por los propios integrantes de la institución evaluada. Habitualmente, cuando se produce este tipo de evaluación, suelen ser los mismos miembros del centro quienes la promueven.

A su vez, la evaluación interna ofrece diversas alternativas de realización:
autoevaluación, heteroevaluación y coevaluación. Es posible, por ejemplo, que los propios profesores y profesoras de un Seminario procedan a evaluar su funcionamiento como unidad y, también, su trabajo individual en el aula. Estaríamos, en este caso, ante la autoevaluación de las actividades descritas, es decir, la evaluación realizada sobre el trabajo de los propios evaluadores. De esta manera, los papeles de evaluador y evaluado coinciden en las mismas personas.

Pero también puede darse la situación de que sea el jefe de estudios o el equipo directivo del centro el que evalúe, por ejemplo, la puesta en práctica por tos profesores de los criterios metodológicos acordados para el curso. Entonces,
aunque se sigue haciendo evaluación interna del centro, el caso que se presenta supone la heteroevaluación de la actividad, es decir, su valoración por parte de un evaluador distinto de las personas evaluadas. Una tercera situación posible es aquella en la que distintos sectores del centro se evalúan mutuamente: alumnos y profesores, unos y otros Seminarios didácticos o equipos de profesores, el equipo directivo al Consejo Escolar, y viceversa, etc.

Éste sería un caso de
coevaluación, ya que evaluadores y evaluados intercambian su papel alternativamente.

b) Por otra parte, se produce una
evaluación externa del centro cuando agentes no integrantes de la institución evalúan el funcionamiento de ésta. El centro escolar, en este caso, es evaluado por personas expertas en la materia, pero externas a su funcionamiento habitual, y que, por tanto, no están implicadas en la vida diaria del centro. Estos evaluadores pueden ser miembros de una empresa especializada en el asunto, de la Administración de la que depende el centro o investigadores universitarios, por poner algunos ejemplos.

Según los casos y los intereses propios o ajenos, la evaluación se dirigirá a diferentes sectores o elementos del centro y será llevada a cabo con las técnicas que los evaluadores consideren más adecuadas.

La pregunta que nos podemos hacer ante estos dos tipos de evaluación es: ¿qué resulta más conveniente para el centro: la evaluación interna o la evaluación externa? ¿Cuándo elegir una u otra? Mi respuesta a esta cuestión es ecléctica. La evaluación interna es imprescindible en todo centro educativo, como lo es para cualquier actividad que realiza el ser humano. El centro necesita disponer de datos en todo momento sobre su propio funcionamiento para regular sus acciones y encaminarlas de modo que se lleguen a alcanzar las metas que esa comunidad escolar persigue. Esta información, desde mi punto de vista, es insustituible, ya que es la única que permite la evaluación formativa a que antes aludía. Día a día se tendrá así el control preciso sobre el conjunto de la actividad escolar y se podrán tomar medidas para mejorarla. Por otra parte, presenta una clara ventaja: la información, al ser recogida por los mismos protagonistas de la acción educativa, cuenta con la aceptación sin reservas de todos ellos, porque conocen perfectamente para qué y cómo se va a utilizar e, incluso, serán ellos mismos (directivos, profesores, padres, etc.) los que decidan en su caso las medidas que es necesario adoptar.

Ser evaluado y evaluador tiene sus ventajas. No obstante, hay información que es realmente difícil obtener estando implicado en la actividad evaluada, porque faltan distancia y objetividad para ello. Además, en cualquier caso, para garantizar esa objetividad se hace necesario contrastar los datos obtenidos con personas distintas de las que habitualmente ejercen su profesión en el centro. Por otro lado, no se suele disponer de datos sobre el funcionamiento de otros centros, por lo que no es fácil establecer comparaciones para conocer el nivel en que se encuentra nuestro centro en relación con el nivel general. Estos datos los ofrece con mayor garantía un evaluador externo. Al mismo tiempo, su información tendrá la objetividad propia de la persona no implicada en la toma de decisiones internas y, por lo tanto, no directamente responsable de lo que en el centro ocurre.

Organizar y ejecutar una acción y, simultáneamente, ser evaluador de la misma, es algo ciertamente complejo. Por ello siempre conviene contar con puntos de vista externos, que aval en la dirección y la evaluación de la actividad educativa en orden a conseguir los mejores resultados. Así pues, mi opinión sobre la elección entre la evaluación interna o externa es que deben aplicarse ambas, porque resultan complementarias: la primera favorece la evaluación formativa, al ofrecer datos permanentes sobre el funcionamiento del centro, y la segunda garantiza que esa información interna es correcta y, consecuentemente, que se está en camino de alcanzar las metas propuestas. En caso de que no sea así, facilitará los datos oportunos para realizar modificaciones en aquellos elementos o procesos del centro que presenten disfunciones. Por ello, resultará interesante que el centro se evalúe a sí mismo, pero que pueda contar con la figura de un
evaluador externo (un especialista o un miembro de la Inspección) que acompañe, oriente y complemente la tarea evaluadora del centro.

Este libro se propone esencialmente facilitar la función evaluadora del equipo directivo y del Consejo Escolar: por lo tanto, su perspectiva es válida para la realización de la evaluación interna del centro a pesar de que, en muchas situaciones, los objetivos que se planteen, y hasta los instrumentos que se propongan, podrán servir para los dos tipos de evaluación mencionados: interna y externa.

Tipos de evaluación según el momento de aplicación
Los tipos de evaluación también varían en función de su localización temporal a lo largo de la actividad educativa del centro. Nos referimos a la
evaluación inicial la evaluación procesual y la evaluación final.
a) La
evaluación inicial es aquella que se realiza al comenzar un proceso evaluador y consiste en la recogida de datos sobre la situación de partida de un centro. El análisis y la interpretación de estos datos proporcionan el diagnóstico que servirá para efectuar, si es necesario, el replanteamiento del funcionamiento general del centro, de los objetivos que se desea conseguir en un plazo de tiempo determinado o de otros numerosos aspectos. En la evaluación inicial, habitualmente, se recogen datos relativos a las dimensiones denominadas por algunos autores (D. L. Stufflebeam y otros) de contexto y de entrada. El contexto lo constituyen las circunstancias que rodean el centro y que, en parte, van a condicionar su funcionamiento y los resultados que en él se alcancen; entre ellas se pueden citar las características sociales, económicas, geográficas, urbanísticas, etc., de su entorno, así como el nivel cultural de las familias. Por lo que se refiere a los datos de entrada, «input», comprenden los distintos recursos que están disponibles en el centro para llevar a cabo su actividad, como las condiciones físicas del edificio, las instalaciones y los recursos materiales que posee. Asimismo, son datos de entrada los relativos al nivel de rendimiento previo de los alumnos, a las características del profesorado, a las actitudes y expectativas previas de los padres, alumnos y profesores, etc. En términos generales, constituyen los medios y las competencias funcionales, personales y materiales con que cuenta la escuela para la consecución de los objetivos que ella misma se propone y los que la legislación prevé. Al recoger esta información, se efectúa el diagnóstico necesario para saber si el centro, con esas circunstancias del entorno, de sus alumnos y profesores y con los recursos materiales de que dispone, será capaz de conseguir las metas educativas que se plantea por el contrario, debe adecuar éstas a sus posibilidades reales.


b) La evaluación procesual (dimensión de «proceso» en la terminología citada) consiste en la valoración, a través de la recogida continua y sistemática de datos, del funcionamiento del centro a lo largo del período de tiempo para el que se haya planteado la consecución de unos objetivos; en nuestro caso, este plazo temporal suele ser un curso escolar, y los datos se tomarán en relación con los componentes del centro que se vayan a evaluar.

La evaluación procesual es de gran importancia dentro de la concepción de evaluación formativa, ya que, al ofrecer información de modo permanente, permite controlar si lo planificado está resultando como se preveía o si, por el contrario, aparecen desviaciones que pueden desvirtuar los resultados y que obligarían a reconducir, de inmediato, la acción educativa que se esté llevando a cabo. Para no esperar a tomar decisiones al final de un curso completo, cuando ya las soluciones no pueden suponer una mejora del proceso, resulta imprescindible la evaluación procesual que se realiza en el centro.

c) La evaluación final (no necesariamente sumativa, aunque en algún caso lo sea por conveniencia del planteamiento antes expuesto) consiste en la obtención de datos al terminar el período de tiempo previsto para la realización de un trabajo o para la consecución de los objetivos institucionales. Esta información suele referirse a los resultados de diversa naturaleza obtenidos por el centro (rendimiento de los alumnos, clima escolar, grado de satisfacción y actitudes del alumnado, del profesorado, de los directivos y padres, etc.).
Los resultados de la evaluación final pueden analizarse e interpretarse en relación con dos referentes distintos:
1. En relación con las metas u objetivos que el centro se había propuesto alcanzar, considerando el esfuerzo y el tiempo invertidos, y teniendo en cuenta la situación de partida del centro (conocida mediante la evaluación inicial).
En este caso, el referente de comparación son los objetivos marcados en el propio centro y, por tanto, se trata de una evaluación criterial.

2. En relación con los logros o resultados de otros centros de características y contexto similares al estudiado. En este caso, el referente de comparación es el nivel general de un grupo (otros centros) y. por tanto, se trataría de un caso de evaluación normativa. Conjugando ambos criterios, se determinará cómo ha funcionado el centro y en qué línea debe continuar. La evaluación final (dimensión «producto», en el paralelismo terminológico que venimos haciendo), dentro de un modelo global de evaluación formativa, supone el principio del siguiente plan de actuación (llámese Programación General Anual, Proyecto Curricular de Etapa, etc.), ya que las conclusiones de esta evaluación final serán el primer tema de reflexión que el equipo de profesionales tendrá en cuenta a la hora de decidir el camino para continuar su trabajo.

viernes, 15 de febrero de 2013

LA EVALUACIÓN DE CENTROS

Ruiz, J. M. (2004). Como hacer una evaluación de centros educativos. Narcea S. A.
de Ediciones. Madrid.

LA EVALUACIÓN DE CENTROS

José Ma. Ruiz

En realidad, un Centro no es sino la realización simultánea de programas, orientados todos ellos, en última instancia, a la mejora de los educandos. Lo que añade el centro a los programas de los profesores no es sino la necesidad de coordinación de programas y profesores para alcanzar esa optimización a que hemos aludido, esa "acertada combinación" de los elementos.

En consecuencia, aunque en determinados contextos y para fines asimismo concretos, será necesario o conveniente una evaluación exhaustiva y detallada de múltiples aspectos, a nuestro juicio, y en el marco de la mejora continua de los Centros, siempre que los profesores o los equipos de profesores asuman con rigor la evaluación de los programas, la evaluación de los Centros podría centrarse en los marcos en que tales programas se desarrollan, de cuya forma de producirse depende en gran medida su propia eficacia.

En nuestra propuesta evaluativa de programas, como veremos posteriormente en el segundo de los momentos relativo a la evaluación de su proceso de aplicación, destacábamos dos dimensiones diferentes y complementarias: la ejecución del programa y el marco en que se lleva a cabo, marco que no es sino el Centro Escolar:

Cuando hablamos de evaluación de Centros aludimos a estas características:

1. Cada Centro tiene una historia propia e irrepetible, lo que nos hace centramos en su contexto.
2. Atendemos a la calidad de procesos, pues nuestro objetivo no sólo es la comparación de resultados (nivel del centro respecto a otro).
3. La participación de todos los componentes del centro es básica, sus aportaciones son la base de la interpretación de lo que sucede en el Centro.
4. Debemos contrastar métodos, ya que estamos ante fenómenos complejos que no se captan sólo con instrumentos de una clase (bien cualitativos, bien cuantitativos).
5. No podemos quedamos en simples números, si utilizamos diferentes métodos, tendremos diferentes datos. La simplificación hace más fácil nuestra labor y la comprensión de los resultados, pero a la vez puede producir más errores.
6. Se entiende el centro como 'unidad funcional", incluso si estamos realizando una evaluación parcial, pues la explicación vendrá determinada por la globalidad de factores que forman parte de la entidad.
7. No pretende quedarse en mera valoración, pretende fomentar el diálogo y la investigación sobre la educación y la enseñanza, por lo tanto debe ser educativa.
8. Como podemos apreciar en esta evaluación, intervienen agentes externos e internos, y de esta manera no afecta solamente al Centro evaluado, ya que se puede aprender de estas experiencias de cara a otras instituciones educativas.

Por ello nuestra propuesta evaluativa será relativamente sencilla aunque haremos alusión a propuestas más complejas y a instrumentos disponibles con una mayor cantidad de elementos integrantes.
Evaluación interna

'los maestros y la escuela son siempre autoevaluables y tienen la preparación y el conocimiento para describir y analizar sus propias políticas "Simons. 1981).
La autoevaluación tiene su base en preguntas que los propios actores/personajes/participantes de los Centros educativos se hacen: ¿Hay coherencia entre lo que hacemos y lo que nos proponemos? ¿Se está consiguiendo lo que proponíamos? ¿Por qué? El problema de que todavía no sea una práctica común está en la escasa o nula concepción del trabajo colectivo en los centros, cada profesor actúa en su aula y se preocupa casi en exclusiva, en términos evaluativos, de la evaluación/valoración
del aprendizaje de sus alumnos.

Está claro, que esta autoevaluación puede ser total o centrarse en aspectos muy concretos del Centro, pero siempre teniendo en cuenta la complejidad del centro, ya que no se puede, como hemos dicho anteriormente, encontrar significado a una parte sin ubicada en un todo.

El tiempo de dedicación es el primer problema a este avance que pretenden los centros. Los miembros del Centro capacitados para llevar a cabo la autoevaluación no disponen del tiempo necesario para realizar esta tarea. La opción del voluntariado puede terminar desvirtuando la acción, se deberá por tanto articular alguna forma de liberación para las personas que se encarguen de este cometido. A la hora de realizar una autoevaluación debemos tener cuidado con la familiaridad, cercanía, de los agentes que van a llevada a cabo, ya que a la vez que produce mayores facilidades en el análisis de los procesos/situaciones puede llegar esta autoevaluación a ser una mera justificación de lo que están haciendo, cómo lo están haciendo y por qué lo están haciendo.

Para Santos Guerra (993) existen problemas que frenan los proyectos de autoevaluación:

Carácter individualista de la función docente. El aula es la célula donde cada profesor es el único adulto y nadie puede decide cómo hacer las cosas.
Resistencia de algunos profesores a la ruptura de su intimidad.
"No conviene forzar a nadie a ser objeto de evaluación, de hacerlo, se perdería, a priori toda la eficacia de la misma (autoevaluación) en su potencialidad de transformación y cambio" (Santos Guerra, 1993).
Escasa motivación profesional. La falta de colaboración y continuo martilleo de sus compañeros en cuanto a la inutilidad y pérdida de tiempo (no  remunerado) de la acción, frente al aliciente de la mejora profesional hace difícil, el iniciar, continuar o finalizar el proceso.
Limitación de tiempo. El profesorado no dispone de horas libres/liberadas para la autoevaluación, y además "la mayoría de los profesores piensan que no tienen el suficiente tiempo para comprometerse con esta actividad 'adicional', y muy pocos son los que están preparados para darle prioridad, especialmente, como pasa a menudo, o hay compromiso firme, por parte de la jerarquía escolar de considerar los resultados" (Simons, 1981).
Falta de formación técnica. Provocado por la carencia de preparación pedagógica inicial. La Escuela ayuda, pero simplemente de una manera material. Debe realizarse una oferta formativa desde niveles superiores.
Ocultación de los problemas sustantivos. Los problemas generales, que afectan a la funcionalidad del Centro se ocultan, pero "cada uno afronta su problema, su actividad, haciéndose culpable de los errores y limitaciones y acreedor de todos los éxitos, instalándose en explicaciones poco rigurosas, tendentes a mantener la estructura básica.
Así, el débil tiene miedo y el fuerte pretende solucionarlo todo por su cuenta" (Santos Guerra,  1993).

Podríamos decir que los tres grandes focos que pueden dificultar la autoevaluación son la jerarquía/autoridad/poder por niveles, la territorialidad y el siguiente reducto del profesor individual, la privacidad.

PRINCIPALES VARIABLES PARA LA EVALUACIÓN INTERNA DE LOS CENTROS
EDUCATIVOS
• Con los presupuestos anteriores parece correcto mantener que la evaluación de Centros puede organizarse en tomo a cinco grandes macrovariables:
el Proyecto Educativo, la organización, el clima escolar, los medios o recursos y la Comunidad Educativa; ello no obstante, y dado el carácter condicionante del contexto o marco en que el Centro se ubica, conviene también tomarlo en consideración y como punto de referencia.

El contexto o ambiente como marco para la evaluación
Es 
preciso indicar la conveniencia de tener siempre como elemento de referencia el contexto en que el Centro se encuentra ubicado. El contexto, en efecto, aparte de ser una fuente de' demandas y una oferta de posibilidades, es el marco natural de inserción del alumnado y el ambiente que complementa la acción que familia y centro asumen con mayor responsabilidad.
El Proyecto Educativo
El Centro Educativo es una compleja organización al servicio de un proyecto común, fruto de la elaboración, aceptación y compromiso de sus miembros.
El análisis de las tres grandes dimensiones de calidad: totalidad, integralidad y adecuación, así como el modo de formalizar el proyecto, y el grado de apoyo, efectivo compromiso otorgado por la Comunidad Educativa, son los aspectos que deben ser analizados en este punto.

La apreciación de armonía entre las partes y de coherencia de planteamientos entre cursos, ciclos, niveles, etapas educativas, así como de éstas con las necesidades del mundo del trabajo en particular y de la vida adulta en general, contempla este primer apartado.

Un elemento más a considerar es el relativo a la configuración de las señas de identidad del Centro, acordes con el personal que lo integra y con el marco social al que se pretende servir.

La
organización
El Centro como unidad es la adecuada combinación de todos los elementos personales, materiales y funcionales, al servicio de las metas educativas. La organización es, justamente, la forma de articular esa combinación de elementos.

Los aspectos fundamentales que deben ser analizados tienen que ver con:

- El sistema de dirección, más o menos autoritaria o participativa.
- La forma de afrontar la solución de conflictos entre el personal.
- La moral de grupo, de confianza en el éxito.
- El apoyo, el estímulo y el reconocimiento por parte de la dirección al trabajo, necesidades y demandas del personal.
- La implicación afectiva de los diferentes estamentos de la Comunidad Educativa.
- Los niveles de coordinación del personal.
- Los procesos y formas de agrupamiento de alumnos y profesores.
- El trabajo efectivamente cooperativo, de conformidad con propuestas como las denominadas de
currículo de calidad.
- Los sistemas de asignación de responsabilidades, medios espacios y recursos.
- La incorporación de estructuras de mejora, tales como el sistema de evaluación de alumnos, programas y Centros.
- El estímulo planificado, y consistentemente desarrollado, hacia el perfeccionamiento del profesorado.
Vale la pena recordar que la dimensión del liderazgo aparece reiteradamente como una variable de eficacia escolar en función de su aportación a la organización, la unidad y la coordinación de esfuerzos al servicio de un proyecto unitario y común.

El medio o clima escolar
Bien como una dimensión diferenciada, bien como una resultante, al menos en parte, de la organización del Centro, aparece el
clima escolar como una variable digna de ser analizada, tanto por ser un medio facilitador/obstaculizador de los resultados cuanto por contribuir él mismo a los efectivos logros del Centro.

Se consideran aspectos humanos fundamentales para el análisis y valoración los siguientes:

- Las relaciones humanas de todos los estamentos del Centro, entre sí y con los demás.
- El orden y el respeto mutuos, que hagan posible la maximización del tiempo útil de aprendizaje.
- El sistema disciplinar: su elaboración más o menos participativa y su aplicación consistente.
- El ejercicio pedagógico del tratamiento de la indisciplina.
- El tipo de relaciones entre el personal: competitivas o individua listas.
- Los valores efectivamente vividos en el Centro.
- El clima de expectativas elevadas de cara a los niveles personalizados de rendimiento.
- La confianza en el éxito.
- La satisfacción por el propio trabajo.

Los medios: espacios y recursos
No parece que la investigación haya encontrado de modo consistente a esta variable como incidente en la eficacia, pero ello tal vez sea o porque habitualmente los Centros tienen cubiertas las necesidades mínimas o/y porque su influencia queda subsumida en otras de mayor importancia.

Con todo, el contar con los espacios y los recursos mínimos en cada caso, la asignación de unos y otros de acuerdo con criterios preespecíficados, y el logro de la adecuada coordinación para evitar fricciones y enfrentamientos, parece de especial importancia.

La Comunidad Educativa
Al tratarse de Centros no universitarios, por tanto encargados de las etapas con mayor incidencia en los aspectos formativos, no sólo informativos, la participación de todos los componentes de la Comunidad Educativa potencia la eficacia; por otra parte, la incardinación del Centro en la comunidad hace más factible la vivencia de determinados valores sociales a la vez que proporciona recursos imposibles para los Centros aislados, carentes de tal cooperación.

Naturalmente, aparte de estas variables como tal, la participación de los padres y de los alumnos en el gobierno de los Centros y en la planificación de su actividad educativa puede situarse dentro de la macrovariable organización.

Los aspectos fundamentales que pueden ser analizados se refieren a temas como los siguientes:

- Presencia del Centro en la comunidad: participación en actividades sociales, difusión de sus producciones.
- Apertura del Centro a la comunidad: ofrecimiento de sus instalaciones, organización de actividades abiertas.
- Invitación a miembros de la comunidad para que aporten sus conocimientos, habilidades y formación al servicio del perfeccionamiento de su personal.
- Propuestas y proyectos de mejora de la comunidad.

Papel central del profesorado
Una consideración especial merece el profesorado, ya que es quien, en ocasiones a título individual, en otras y preferentemente en equipos de trabajo, ha de hacer realidad la mayoría de los aspectos considerados en el apartado anterior.

Si bien la dirección en cuanto tal ha de ejercer un liderazgo y asumir funciones de estímulo, apoyo, reconocimiento, coordinación, etc., al profesorado le incumbe el logro efectivo del clima escolar, el ejercicio de la docencia, el estímulo y la motivación de sus alumnos, la planificación de la enseñanza, la actuación como mediador en los procesos de aprendizaje, la asunción de su sistema evaluativo orientado a la mejora de sus alumnos y la suya propia...

El Centro como unidad, eso sí, potenciará, inhibirá o reducirá los efectos positivos de su actuación en la medida en que ésta sea coherente con los planteamientos generales, se ejecute en contra de los mismos o se lleve a cabo de modo independiente.

ESTRATEGIAS PARA LA EVALUACIÓN INTERNA DE CENTROS EDUCATIVOS
El Centro Escolar suele funcionar realizando sólo la evaluación de los alumnos. Por una parte, no parece razonable atribuir todo el éxito o el fracaso de la evaluación de los alumnos al esfuerzo, capacidad o interés de éstos. En el éxito o el fracaso de los alumnos existe una parte importante atribuible a otros factores o elementos: sistema educativo, acción del Centro, trabajo del profesor, influencia de los compañeros... Por una parte, hay otros aspectos que deben ser evaluados y que no se recogen en la evaluación de alumnos: el currículo oculto de la institución, los efectos secundarios que produce la acción educativa en las escuelas, los medios de que se dispone para desarrollar la actividad, etc.

El Equipo Directivo no sólo es el Coordinador de la planificación y de la intervención, sino que también ha de serio, por lógica, de la evaluación. El Centro Escolar puede considerarse como la unidad funcional de planificación, acción, evaluación y cambio educativo.

Tradicionalmente se ha tomado la actividad que el profesor realiza en el aula como la unidad sustancial de la intervención educativa.

El Equipo Directivo, como dinamizador de la vida del Centro, debe impulsar una reflexión permanente y compartida sobre la acción educativa que se realiza en el mismo.

Esta reflexión compartida (Santos Guerra, 1993):
- No es una amenaza,
- No es una fiscalización.
- No es un juicio.
- No es una intromisión.
- No es una descalificación,
- No es una imposición.

Esta reflexión:
- Es un diálogo.
- Es un encuentro.
- Es una comprobación.
- Es un diagnóstico.
- Es un intercambio.
- Es una ayuda.

La evaluación es, en efecto, una parte sustancial de la acción emprendida (Elliott, 1983; Martín, 1988). No es un aditamento, un añadido, un adorno, un apéndice o un entrenamiento. La evaluación no es proceso que se realiza si queda tiempo, si se encuentran facilidades para la acción. La evaluación interna es una exigencia de la propia actividad. Resulta lamentable que los Centros escolares vivanindependientemente de su éxito. Hablaremos de la evaluación interna, aunque no descartamos la ayuda externa cuando se realiza a raíz de la demanda del propio Centro. La evaluación interna resulta importante porque:

- Permite reflexionar sobre lo que se hace.
- Facilita la coordinación vertical y horizontal.
- Ayuda a comprender lo que sucede.
- Impulsa el diálogo y la participación.
- Permite tomar decisiones racionales.
- Impide los solapamientos.
- Ayuda a incidir sobre lo que se considera sustancial.
- Permite corregir los errores.
- Ayuda a intensificar el esfuerzo en lo esencial.
- Permite aprender nuevas cosas.
- Hace ganar coherencia al Equipo Docente.
- Se convierte en un ejemplo para los alumnos.
- Ayuda al perfeccionamiento del profesorado.

Reflexionar sistemática y colegiada mente sobre la práctica es imprescindible para comprenderla y mejorarla (Gimeno Sacristán y Pérez Gómez, 1992). Es el diálogo profesional lo que permite enriquecer la acción. La evaluación se convierte así en un proceso de diálogo, comprensión y mejora.
 
De ahí la necesidad de realizar una evaluación que sea:
- Sistemática y no sólo ocasional.
- Rigurosa y no arbitraria.
- Canalizada y no dispersa.
- Conocida y no subrepticia.
- Colectiva y no sólo individual.
- Escrita y no sólo estamental.
- Libre y no impuesta.

La evaluación que proponemos nace de la iniciativa del Centro, se realiza por los mismos profesionales que ejercen la enseñanza y tiene por objeto comprender y mejorar la práctica educativa.

El Equipo Directivo ha de procurar que el rigor de la respuesta permita llegar a una comprensión profunda de la realidad. Sus miembros están especialmente amenazados de parcialidad al desempeñar un papel preponderante en el centro.

La consistencia de la respuesta tiene una secuencia que da garantía de rigor:
a) Recoger datos de formo precisa y prolongada.
b) Utilizar métodos adecuados.

Recoger datos de forma precisa exige, en este tipo de evaluación un uso de métodos que tenga en cuenta las siguientes exigencias:
- Usar diversidad de métodos de exploración.
- Usar métodos sensibles a la complejidad de los fenómenos evaluados.
- Usar métodos adaptados a las situaciones que se exploran.
- Usar los métodos de manera intensiva.
- Someter los datos a la interpretación y al análisis.
- Discutir los datos de forma abierta y colegiada.
- Poner por escrito la reflexión.
- Tomar decisiones racionales para mejorar la acción.
- Publicar para someter la reflexión a debate público.

Los métodos para la exploración
"La observación es un proceso cuya función primera e inmediata es recoger información sobre el objeto que se toma en consideración-o (Postic y de Ketele, 1992).
No se observa todo a la vez. Es necesario un principio organizador de la percepción, unos ejes de focalización y de estructuración de lo observado. "Observar es un proceso, situado más allá de la percepción, que no solamente hace conscientes las sensaciones sino que las organiza". (Postic y de Ketele. 1992).

En un Centro hay muchas situaciones, comportamientos y objetos que observar: — La
dinámico del aula: rituales de entrada, salida, colocación y agrupamiento, normas de intervención, relaciones interpersonales.

— La
movilidad en el espacio: espacios abiertos y cerrados por qué y para quién, itinerarios que se recorren y su relación con el poder, control de las jurisdicciones, flexibilidad y tamaño de las dependencias según criterios, flexibilidad de ocupación...
Configuración del espacio: distribución de los espacios y utilización jerárquica, calidad y tamaño de las dependencias según criterios, flexibilidad de ocupación...
La vida de los patios: relaciones interpersonales, criterios de agrupamiento, actividades organizadas...
Reuniones de diversa índole:
coordinación de las sesiones, tipos de intervenciones, comportamientos de los asistentes, relaciones entre los miembros...
Uso de los diferentes materiales y servicios: quién decide cómo se utiliza el teléfono, el fax, la fotocopiadora, qué tipo de acceso existe para el uso de los medios, al servicio de qué intereses se ponen, cómo se controla el uso.
Comportamiento en la sala de profesores: quiénes la usan y para qué la usan, cómo y dónde se sitúan las personas, qué conversaciones se mantienen, qué relaciones existen entre veteranos y noveles...
Cuanto más amplio sea el foco del análisis: si se observa a muchos será menor la presión sobre cada uno de los observados.
Cuanto más largo sea el tiempo: al comienzo se hace más patente la presencia del observador, qué se va a hacer con los datos, cómo se van a tratar, quién va tener los informes, será más fácil que actúe con normalidad.
Cuanto más clara sea la transparencia de los propósitos: si el observado sabe para qué se está observando, qué se va a hacer con los datos, cómo se van a tratar, quién va a tener los informes, será más fácil que actúe con normalidad.
Cuanto más participativa sea la persona observada: si sabe que va a tener parte en la interpretación, que puede manifestar su discrepancia acerca del resultado, la observación será favorable.

Pueden contemplar el funcionamiento del Centro diverso tipo de observadores. Las concreciones dependerán de las circunstancias de cada Centro:
a) Observador participante y conocido.
b) Observador participante y no conocido.
c) Observador no participante y conocido.
d) Observador no participante y no conocido.

Los observadores pueden ser:
- Profesores del Claustro.
- Alumnos a quienes se pide que hagan un registro.
- Padres que tengan interés, tiempo y preparación para colaborar en esta actividad.
- Colaboradores especializados en evaluación.
- Alumnos que estén haciendo alguna práctica.
- Profesores de otros Centros.
- Profesionales de CEPs.
- Orientador del Centro.

La observación no sólo consiste en mirar sino en buscar. No basta registrar con fidelidad lo que sucede (a través del registro manual de la fotografía, del case te o del vídeo), sino que es preciso interpretar los hechos y las situaciones desde el rigor de las explicaciones.

El registro de las observaciones se puede hacer de diversos modos:
- Registro manual.
- Grabaciones en casete y video.
- Toma de fotografías.

Estrategias para actuar en la evaluación interna
Se plantean aquí dos tipos de estrategias para realizar la evaluación: unas de carácter parcial (por el contenido, el tiempo, los evaluadores, los métodos...), otras de carácter más globalizador. Cada Centro puede optar (por motivos diversos) por unas o por otras. El Equipo Directivo, que conoce el contexto y a todos los protagonistas que se desenvuelven en él, puede proponer alguna de las siguientes iniciativas. No es el Equipo Directivo el que hace la evaluación sino el que la impulsa, la estimula, la coordina y la avala en su racionalidad y en su respeto a las personas.

— De
carácter parcial:
a) Dedicar monográficamente una sesión del Claustro de profesores para hacer el análisis de alguna parcela de funcionamiento del Centro.
b) Solicitar de los alumnos, por escrito, un informe sobre la marcha del Centro.
c) Nombrar una comisión para que realice algún estudio sobre la vida del Centro.
d) Realizar algunas preguntas a los padres sobre el funcionamiento del Centro.
e) Analizar de forma rigurosa alguna situación conflictiva del Centro.
f) Aplicar el mismo cuestionario a todos los estamentos para estudiar los contrastes de opinión.
g) Proponer a un Seminario, ciclo o Departamento que haga un informe sobre su actividad.
h) Proponer la realización de diarios, tanto a los profesores como a los alumnos.
i) Hacer un estudio de casos sobre alguno de los aspectos de la vida del Centro que tenga interés para los profesionales.
j) Evaluar una sesión del Consejo Escolar en su desarrollo completo.
k) Hacer un estudio de la utilización del espacio escolar.
I) Realizar lecturas sobre la valoración del funcionamiento de los Centros.
m) Filmar una sesión de evaluación, para su posterior análisis por el grupo de profesores implicados y por otros compañeros.
n) Obtener una serie de fotografías sobre el espacio escolar para su análisis.

- De
carácter global:
Para poner en marcha un proceso de estas características dado que es un proceso largo, laborioso y complejo que es una evaluación de carácter parcial, debemos contar con el apoyo mayoritario de los profesionales del centro.

Las fases que el Equipo Directivo en la evaluación global del Centro podría seguir serían (Santos Guerra, 1993):

- Negociación de la propuesta con el Claustro de profesores (por escrito, tratando la naturaleza, bases, métodos, implicaciones, duración y requisitos fundamentales de la evaluación).
- Negociación con el Consejo Escolar.
- Planificación de la evaluación.
- Exploración a través de diversos métodos.
- Elaboración del informe.
- Negociación del informe.
- Toma de decisiones.

La evaluación externa
La evaluación externa surge como necesidad de complementación ante la posible justificación que se puede buscar a partir de los resultados de la autoevaluación. Esto implica una postura positiva y abierta por parte del Centro; de lo contrario el desarrollo normal de la actividad se podría ver obstaculizado, afectado.

La iniciativa de la evaluación externa puede provenir:
- Del propio centro.
- De la Administración, del poder, de la Inspección (Orden Ministerial del 27 de septiembre de 1990). Dentro del Plan General de Actuación de un conjunto especifico de centros, programas, actividades, etc. De esta 
manera, la Administración adquiere conocimiento de: Aprovechamientos; optimización de los recursos; la relación entre recursos y resultados; funcionamiento del Sistema educativo, sus principales problemas y mejoras.

Así es probable que la evaluación se convierta para los miembros de esa Comunidad Educativa en un instrumento de control y en la justificación "técnica" de la toma de una decisión cuando más le convenga a la Administración. El evaluador será rechazado, ya que viene del lado (no postura, en el mejor de los casos y apelando a la objetividad) de la Administración/poder. Por ello, es muy importante garantizar la independencia de los evaluadores en todas las fases del proceso evaluativo.

Debemos recalcar la importancia y la necesidad que en esta tesitura, tiene la negociación, que debe hacer ver al Centro educativo el beneficio de la evaluación como una inversión propia.

Principales variables de la evaluación externa
- La participación en el proceso y con posterioridad a la evaluación. De esta manera eliminaremos sesgos por una (Centro) u otra parte (Administración).
- La fuerza del equipo evaluador, para poder negociar con la Administración/ poder y el Centro de una manera justa.
- Presentación clara y concreta de la técnica evaluadora, haciendo así más difícil el abuso de poder (por cualquiera de las partes).
- No diferenciar conocimiento científico de conocimiento vulgar, dando su importancia a cada tipo de conocimiento y para qué se utiliza.

Entendiendo el evaluador como el enlace entre el/los patrocinador/es y los participantes, este debe estar preparado para "aguantar" distintas presiones:

- Condicionamientos para que ofrezca información sesgada.
- La información facilitada por el evaluador se utiliza de forma partidista (las verdades a medias se convierten en mentiras). - Se pide información en momentos inoportunos.
- Se pretende guiar la evaluación para llegar sólo a los lugares a los que se desea. El Centro, dependiendo de qué tipo de informe quiera (conformista, comparado o real) deberá formar los equipos de evaluadores, bien con los equipos de "staff" en el primer caso (muy identificados con la filosofía del centro), bien con un equipo que garantice la competencia científica y la libertad de acción, en el último caso. Con los resultados, con el informe, no se debe permitir la manipulación y se debe fomentar debates riguroso que faciliten la toma de decisiones.